Levanta un altar
Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido… Luego se pasó de allí a un monte al oriente de Bet-el, y plantó su tienda… y edificó allí altar a Jehová, e invocó el nombre de Jehová… removiendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, y edificó allí altar a Jehová. Génesis 12:7, 8; 13:8.
Nuestro texto de reflexión para hoy nos presenta a Abraham, el gran patriarca y padre de la fe, quien, adonde iba con su familia, edificaba un altar e invocaba el nombre de Dios. Seguramente él y su familia, junto con la gente que estaba a su cargo, se reunían en torno a ese altar, para orar y dar culto a Dios, y reflexionar en su providencia, y en su relación de fe, amor y obediencia hacia él.
Hoy, las familias y las parejas cristianas también deberían “levantar un altar” de oración y comunión con Dios, mediante lo que se suele llamar el “culto familiar”. Los que hemos experimentado esta costumbre sabemos qué sensación de seguridad, sosiego, paz y bienestar genera el tener un momento de tranquilidad en familia, en el que sabemos que estamos poniéndonos en comunión nada menos que con el Ser más maravilloso y bueno del universo: Dios. Cuánta fortaleza espiritual y anímica, cuánta instrucción moral y claridad para la vida, cuánto consuelo y esperanza se obtienen de esta reunión hogareña tan bendita.
En el antiguo culto de Israel, se ofrecían, en el Santuario, por lo menos dos sacrificios continuos, realizados por el sacerdote en favor de todo el pueblo: un sacrificio matutino (al empezar la mañana) y uno vespertino (al terminar la tarde). Qué hermoso sería que también en nuestros hogares pudiéramos empezar el día invocando el nombre de Dios, a fin de salir protegidos, fortalecidos y orientados para enfrentar lo que la vida nos depare en ese día; y por la noche, que pudiéramos reunirnos para agradecer a Dios por su protección y sus bendiciones durante el día, para hacer un examen de conciencia sobre cómo hemos vivido durante él, para pedir perdón y limpieza interior, y para consagrarnos a Dios antes de descansar por la noche.
Créeme: no es tiempo perdido. Tu pareja o tu familia y tú mismo obtendrán nuevos bríos, nueva entereza y esperanza.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie
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